martes, 13 de septiembre de 2011

Desgranando la película Thirst de Park Chan-wook

Podríamos resumir esta producción inédita hasta ahora de Park Chan-wook como la historia de amor entre un sacerdote (Song Kang-ho), reconvertido en vampiro por culpa de un virus letal, y una muchacha que padece de ninfomanía (Kim Ok-bin); o la ascensión a los infiernos de un católico que no acepta la inmortalidad que se le ha concedido y una joven que ha sufrido el maltrato psicológico de un excéntrico marido y una madre posesiva. Una perfecta crítica (feroz en algunos momentos) a ese dogma puritano que también ha afectado a Corea del Sur (mostrado espléndidamente por Lee Chang-dong en Secret Sunshine) en contraposición a la desinhibición de una nueva generación de coreanos progresista que les importa un pimiento cualquier manifestación religiosa (incluso la autóctona). Lo curioso es cómo Chan-wook establece ambiguamente los roles de ambos personajes: a pesar de que el sacerdote es toda una celebridad, hasta el punto ser considerado un santo, y de su transformación en un diablo que necesita sangre para sobrevivir y sexo para sobrellevar su sufrimiento moral, continúa actuando de buena fe y sólo roba hemoglobina de los hospitales para no daña a ningún humano; mientras que su amante, una vez se ha convertido en una vampira libidinosa sedienta de sangre, mata sobretodo por placer y por venganza hacia aquéllos que la han humillado en vida (sobretodo a su madre, a quien tortura postrada en una silla de ruedas, y a los compañeros de mahjong de su marido).

Normalmente el espectador más moderno iría a favor de la rebeldía de la atractiva vampira, pero sus actos son tan punibles que a uno no le queda más remedio que posicionarse a favor de este pobre sacerdote que nunca imaginaría que su bondad le conduciría a la autodestrucción (recordemos que es él quien se ofrece voluntariamente en el programa para probar una vacuna contra una cepa mortífera de un nuevo virus de procedencia desconocida). Este último mantiene un pulso equilibrado con su compañera de cama para calmar su sed de sangre, y sobretodo para evitar que se levanten sospechas entorno a su confinamiento voluntario en el piso de ella. Sospechas que serán descubiertas por la madre, postrada en una silla de ruedas a consecuencia de una crisis nerviosa, y que a pesar de no tener fuerza física para llamar a la policía, parece ser que terminará contagiada por el extraño virus por culpa de una gota que le cae a la hija en uno de los potajes imbebibles que le sirve en sus dietas. He aquí una de las posibles interpretaciones del título del filme (la sed y el ansia que experimentan todos los chupasangres para conseguir una miserable gota de sangre, incluida la madre), título que en ningún caso está tomado de la fuente original en la cuál se basa esta historia que, digámoslo ya, resulta ser la más terrorífica de las que ha rodado hasta la fecha.

Y es que Chan-wook se ha inspirado libremente en la obra Thérèse Raquin (1867) del escritor francés naturalista Émile Zola para concebir esta orgía de sangre, venganza y sexo, siguiendo un poco el método analítico que empleó el autor original. Me explico: en su novela explica la pasión que siente una bella mujer por el mejor amigo de su marido (con el que se ha casado forzadamente) y cómo después de haberse consumado esta relación prohibida deciden cometer un crimen irrefrenable que provoca constantes dilemas morales sobre ambos amantes. Zola, más que mostrar los sucesos con pelos y señales, como estaba empezando a suceder en la narrativa de finales del siglo XIX (precursora de la novela negra del XX), prefiere centrar sus esfuerzos en establecer un método deductivo que le sirve para mostrar las reflexiones internas de los personajes. De este modo, el lector puede analizar lo relatado y profundizar en la complejidad emocional de los dos amantes. El otrora director de OldBoy (2003) ha trazado un paralelismo entre la novela original y la narración de su filme, pues en muchas ocasiones las secuencias navegan sin un orden interno, siguiendo más las sensaciones, emociones y remordimientos que experimentan el sacerdote y su amante vampira. Es este uno de los motivos que pueden justificar el vilipendio que sufrió Thirst cuando empezó a deambular por festivales europeos (aunque ganó el Premio Especial del Jurado en Cannes 2009), incluso por aquellos espectadores que en el pasado habían defendido a capa y espada al director de esa olvidada película de marcado tamiz político como es J.S.A (2000). Ahora en vez de política prefiere polemizar sobre la moral  católica, con imaginación y sentido del humor (negro); pretender que repita la misma fórmula que en su “trilogía de la venganza” es como pedirle a Takeshi Kitano que siempre ruede las mismas películas serias con la yakuza como telón de fondo (puede que así también se expliquen sus fracasos de crítica y público con respecto a Takeshi’s o Kantoku Banzai, pero este ya es otro tema). 

Park Chan-wook ha creado un monstruo de película para bien, y aunque no sea comprendida por la amplia mayoría de cinéfilos, contiene lo mejor de su talento como cineasta. Thirst debería haber sido una reconciliación con su público fiel, pues la expectación que se creó alrededor de ella no compensa los varapalos que se llevó (más por la mente cerrada del público que no por sus fallos de guión: sí, hay que reconocer que alguno tiene). Puede que sea su producción más extraña y original (sumada a Soy un Cyborg), más violenta y desagradable, más fantástica y terrorífica que nunca. En conclusión, más Chan-wook que nunca.     

LO MEJOR: Todo, desde el equilibrio entre los dos protagonistas, pasando por su extraña banda sonora, sus set-pieces y la fotografía.
LO PEOR: No haberse leído la obra de Zola.


Por nuestro colaborador Eduard Terrades Vicens

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