Algo de nervios y temor a no alcanzar el nivel de la casa a la que representas, era la sensación que me recorría el cuerpo momentos antes de confirmarle a CineAsia mi presencia en el Festival Cines del Sur de Granada. A pesar de haber colaborado con ellos anteriormente y considerarme una fan incondicional de su trabajo, hasta ahora jamás me había atrevido a dar el salto de cubrir, con acreditación al cuello, el que sin duda se convierte año tras año en una de las citas más serias, importantes y prestigiosas del cine internacional en España.
Tragando saliva y con el pulso algo revoltoso, a través del teléfono un “¿Y qué tengo que hacer exactamente…?” salió de mi garganta.
Si existe una persona capaz de convertir las tragedias personales de uno en meros sucesos sin importancia capaces de ser solventados con algo de fe y esperanza, ese sin duda es Enrique Garcelán. Solo un par de sus siempre conciliadoras palabras, me bastaron para que la tensión de mi primer encuentro con un festival de cine se desvanecieran como por arte de magia: “Tranquila Rocío. Sólo intenta pasártelo bien”.
Siguiendo tan tranquilizadora recomendación, me apeé en Granada con la idea de disfrutar de unos días de buen cine y por qué no, gozar de ese ambiente mágico, algo místico, multiétnico y cultural que impregna cada rincón de la ciudad de Granada.
Tras disfrutar de la segunda atracción turística más importante para mí después de la Alhambra (hablo de su increíble repertorio de tapas) me dirigí al Teatro Isabel la Católica para ver la primera proyección de la tarde encargada de abrir el festival la noche anterior: The Kite. Una interesante propuesta coproducida por la India y Estados Unidos sobre los problemas estructurales que presenta una tradicional familia de provincia con el festival de cometas más importantes del país como trasfondo. Tras cinco años de ausencia, la repentina visita del hijo menor a la familia supone el desencadenante de una serie de discursos sentimentales que despiertan viejas heridas aún no cicatrizadas y la evocación nostálgica de un pasado que siempre fue mejor.
A través de la vida de seis personajes relacionados entre sí, Prashant Bhargava nos ofrece el relato caleidoscópico de una sociedad enfrentada por la imparable fuerza motriz de la modernidad y la oposición arcaica y puritana de un estilo de vida puramente rural. Estilo ahogado en un sinfín de deficiencias sociales y económicas y del que sólo una vez al año pueden verse liberados de él a través de esa catártica a la vez que metafórica competición de vuelos con cometa.
Tras una dosis de acercamiento real y puro a la vida de una familia provinciana de la remota India, la segunda y última proyección del día en torno al cine oriental: el estreno en sección oficial del último trabajo de Masahiro Kobayasi, la cinta japonesa Haru´s Journey.
Cuando las luces se apagaron y la cinta empezó a correr, el siempre esperado silencio en la sala se hizo, aún si cabe, más sepulcral. La razón: las palabras con las que el propio Kobayashi introducía y presentaba en persona la película: “Los lugares, paisajes y localizaciones que van a ver aquí ya han dejado de existir”. Y es que, por increíble y premonitorio que parezca, Haru´s Journey se desarrolla en la Prefectura de Miyagi, zona devastada por los trágicos acontecimientos del tsunami del pasado 11 de marzo.
Durante buena parte del film resulta casi imposible zafarse de este morboso e inquietante pensamiento: las personas que caminan por el fondo de la escena, los barcos atracados en el puerto, las pequeñas casas, los bares y establecimientos…No dejas de preguntarte cómo puede ser que toda una ciudad se haya desvanecido de esa manera en cuestión de instantes… Sin embargo, y para beneficio de la propia película, el protagonismo de la historia sigue recayendo en la trama del film y no en la tragedia, tal y como el su director pretendía que fuera.
De ese modo, Haru´s Journey nos introduce, como su nombre indica, en un viaje no sólo de tipo geográfico sino también de corte emocional. A través de una experiencia reveladora, la protagonista consigue enfrentarse a los demonios internos que atormentan su vida: la incomprensión y choque generacional con un abuelo cada vez más decrépito, la incertidumbre de un futuro desalentador sin estudios ni empleo y el constante, claustrofóbico y el aterrador elemento tan aparentemente recurrente en la filmografía de Kobayashi: el sentimiento de la soledad y el desamparo.
La película retrata la vida de “dos parásitos”, según palabras de su familia, que intentan ser acogidos por estos cuando por motivos económicos, la protagonista se queda sin trabajo. Emociones tan radicalmente rechazadas y temidas por el sistema de valores japonés como lo son la humillación, la doblegación ante el resto y el patetismo son claramente plasmados en un film que más que criticar la extremidad con que se viven estos sentimientos en el Japón moderno lo que intenta es arremeter contra el sentimiento de individualismo y falta de solidaridad de la sociedad nipona en concreto, y por extensión, a la de la propia raza humana.
Música estridente y dramática, gestos intencionalmente sobreactuados y sobre todo mucha rabia y lengua contenida son los puntos básicos de un film donde nada sobra y todo tiene una misión que cumplir. Absolutamente impactante la soberbia interpretación de la leyenda viva Tatsuya Nakadai. La carga expresiva que irradia en tan sólo una mirada, merecen la inversión de tiempo en los 134 minutos de metraje de la película.
Rocío Vázquez
Hola Rocío. Bienvenida al mundo de los diarios en los Festivales. Que disfrutes el Festival a tope, como yo lo estoy haciendo en el CAFW.
ResponderEliminarFrancisco
Fantástico :)
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