De nuestro colaborador Jordi Codó
Catalogada como ‘terror’, Higanjima es más bien un juvenil refrito de géneros y referencias varias, que más que asustar pretende excitar a la audiencia a base de artes marciales, sangre a borbotones, humor zafio y algo de drama adolescente. No hay duda de que viene a sumarse a la locura internacional por los vampiros, aportando su peculiaridad cultural a un tema muy tratado, pero menos visto en ropajes tradicionales japoneses. Avispada suma, pues, de exotismo de masas y high-tech de tendencias, el film se justifica ante todo a través del estilo, el del manga original, acaso, o el de su máximo responsable, el coreano Kim Tae-gyun, quien ya dirigiera la eléctrica y muy comiquera Volcano High (2001). Parecen buenos alicientes, pero los amantes de las historias con sustancia lo tienen crudo, porque a unos personajes del grosor de un papel de fumar (sin motivaciones ni personalidad más allá de la que les aporta su cliché) se les une una trama endeble y poco explicada, que al final deja con la sensación de que no te han contado nada.
Por todo esto puede que a alguien le dé por pensar en Versus (2000) de Ryuhei Kitamura, pero Higanjima no tiene ni la gracia, ni la irreverencia, ni la falta de complejos que llevaron a la otra a la categoría de film de culto. A pesar de ello, tal vez muchos logren disfrutar de su pirotecnia durante las primeras tres cuartas parles del metraje; a partir de ahí, es otro cuento. Quienes no hayan quedado satisfechos en este punto, no harán más que confirmar sus peores presagios; los que sí, pueden acabar sintiendo que les han arruinado el visionado. El caso es cuando los efectos digitales hacen su aparición en la secuencia final (con su climática lucha contra el monstruo) inexplicablemente la calidad técnica del film cae en picado. ¿Iban los productores cortos de dinero y adquirieron un anticuado programa de creación de CGI? La cosa resulta bastante risible, y siempre queda la opción de tomárselo a cachondeo.
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