miércoles, 9 de noviembre de 2011

Sitges 2011: Shaolin (China, 2011)

Año: 2011
País: Hong Kong - China
Director: Benny Chan
Duración: 131 minutos
Género: artes marciales
Interpretes: Andy Lau, Nicholas Tse,
Jackie Chan, Fan Bingbing y Jacky Wu

Olvidaos de la trilogía de Shaolin Temple protagonizada por Jet li y sus múltiples subproductos, falsas continuaciones y sucedáneos varios, pues esta nueva representación fílmica entorno a las enseñazas y hábitos de los monjes del templo budista más popular de la China, ha sido dirigida por uno de los mejores especialistas en cine de acción contemporáneo que la máquina de sueños de la ex-colonia británica tiene hoy en día entre sus afiliados: Benny Chan, un amante del blockbuster de consumo ocioso que en sí mismo podría aglutinar el dinamismo talentoso de Michael Bay y la visión corporativa de Jerry Bruckheimer. Pero Chan no disponía del presupuesto que estos dos mandamases de Hollywood consiguen en un abrir y cerrar de ojos, por lo que se tuvieron que buscar  inversores chinos con el fin de conseguir los 29 millones de dólares presupuestados inicialmente (formando un régimen de co-producción establecido desde hace un lustro con la Maindland): Emperor Motion Picture, China Film Group, los Huayi Brothers (los de Detective Dee de Tsui Hark) y hasta el propio departamento cultural del Sagrado Templo de Shaolin contribuyeron a la causa; pusieron toda la carne en el asador para poder conseguir el capital suficiente para poner en marcha la compleja logística que implicaba un ambicioso filme de estas características. Y es que con respecto al reparto tampoco quisieron quedarse cortos: Andy Lau, Nicholas Tse, Jackie Chan (en un rol muy secundario, de cocinero marcial), Fan Bingbing (modelo de la marca Renault) y Jacky Wu (actor marcial algo infravalorado, visto en Legendary Assassin o la reivindicable y defenestrada al pozo del olvido Fatal Contact). Todo un elenco de estrellitas algo veteranas participan en este impactante filme de artes marciales puro y duro, en el que destaca por encima de todo las impresionantes labores de recreación del templo original.

Pero, ¿qué puede ofrecernos esta enésima reconstrucción de las tortuosas sesiones de entrenamiento de los monjes que no hayamos visto con anterioridad en los últimos 30 años? ¿Más demostraciones de wu shu y kung fu rodadas en planos estáticos mientras intentamos diferenciar a los personajes centrales que, por culpa de los mismos peinados, se parecen unos a los otros? ¿Acaso un biopic realista de las sabidurías marciales que se practican en las distintas instalaciones de este consagrado templo, que en el año 2010 fue considerado  Patrimonio de la Humanidad? La respuesta la encontraréis en las dos horas y pico que ha necesitado Benny Chan para mostrar un poco la trayectoria del templo desde que se consolidó como respetado centro marcial, aunque ya avanzamos que no se trata de un filme convencional de artes marciales, pues para aportar algo de novedad al conjunto, ha introducido algunos elementos históricos externos (poco familiares para los espectadores de ultramar) y reforzar así una trama que se focaliza principalmente en ese período de entreguerras en las que se disputaban ciudades a blandazos y se unificaban territorios a golpe de bayoneta. Unos acontecimientos históricos que se dan por entendidos y que para el público foráneo pueden resultar complicados de relacionar (razón de más para aventurarnos a leer novela histórica china traducida al español, que de títulos abundan).

En todo caso, Chan se sirve de la historia milenaria de su país para ofrecer un thriller marcial que arranca cuando el general Hou Jie (Andy Lau desbocado) invade las instalaciones del templo mientras persigue a un enemigo del que no se apiada ni delante de los monjes. Su despotismo no tiene freno ni con los suyos, y al surgir discrepancias con su hermano (¿por qué va tan de cool Nicholas Tse?) por la manera de comerciar con los bárbaros extranjeros que empiezan a poner los pies en los territorios interiores de la China profunda, abre un conflicto familiar que termina con la conspiración de su hermano contra él, el asesinato de su hija pequeña y el exilio y posterior confinamiento obligado al templo Shaolin. Allí, y como un protegido más, decide dar un tumbo a su vida, poniéndose al servicio de un rígido instructor marcial (inmenso Jacky Wu) para intentar encontrar una vía de escape a su resentimiento. Pero pronto su hermano de guerras hallará su paradero, iniciando junto con los invasores extranjeros una guerra para conquistar toda la zona anexada a Shaolin. Armas de fuego contra sabiduría y fe budista. Varios serán los combates épicos que culminarán en un choque de fuerzas desestabilizadoras del ying y el yang.

Un gran evento para visionar en pantalla grande, esto empieza a quedar evidenciado. Y lo es porque detrás de las cámaras hay un gran hombre que sabe lo que quieren los productores y lo que les puede ofrecer. Dicho en otras palabras, Chan siempre utiliza la misma narración porque desde el primer día en que tomó una cámara y afrontó él solito una producción a sus espaldas le ha funcionado (consideremos como tal la imprescindible A Moment of Romance). Esto se resume en: una prolongada introducción en la que, además de presentar a los personajes centrales, ya los utiliza para situarlos en algún meollo con el que sorprender el espectador (arranque en mitad de un conflicto bélico, presentación de los poderes fácticos que dominan al pueblo y primeras reyertas entre compañeros de guerras); un consistente nudo en el que plantea varios caminos o soluciones a los conflictos que estamos presenciando (indicio de conspiración, despojamiento de todos los bienes del general, huida al templo y redención); y finalmente dos clímax finales (en este caso asalto nocturno y secuestro del respetado maestro unido a su rescate en la inmediata secuencia posterior y batalla final). Una fórmula apreciable en otros filmes de su autor (sí, digámoslo ya, aunque no ruede largometrajes ascéticos en los que no sucede nada, es un autor porque ha firmado siete libretos), como la adrenalínica Invisible Target (2007).

Hay muchas escenas y secuencias que por sí solas pagan, y que unidas conforman esta epopeya marcial en mayúsculas. Y es que contiene momentos impagables, por ejemplo, cuando el personaje que interpreta Andy Lau acepta que lo ha perdido todo y, para no renunciar a su dignidad, decide afrontar la redención rapándose al cero e ingresando a las órdenes de los shaolines. Tal vez éste sea el momento clave del filme, el momento que cierra la primera parte: se abandona la parte más bélica para centrarse a destilar de forma ligera la filosofía que aguarda en los confines del templo. Pero también hay otros momentos de pura acción que merecen ser destacados, como la huida nocturna en carro por unas montañas rocosas (y de la que no podemos desvelar nada más) o la traición cruzada en la cena donde se forja el conflicto entre los tres grandes soberanos de la región. E incluso podemos mencionar algún que otro plano concreto cómico como el que protagoniza un Jackie Chan cocinero y en el que usando sus habilidades ‘culinarias’ inserta a un enemigo en un gran wok. Y todo esto no sería posible si entre bambalinas Benny Chan no hubiera contado con un increíble equipo artístico: entre los pesos pesados, Alan Yuen (uno de sus guionistas con los que colabora asiduamente y encargado de la puesta en escena), el respetado Corey Yuen (en tareas de coordinación de los stunts) y Anthony Pun (encargado de la fotografía, como en otros filmes de Chan).

En definitiva, que si el año pasado Teddy Chan nos sorprendía con Bodyguards and Assassins por su elaboradísima reconstrucción de los conflictos que asolaron el Hong Kong de principio del siglo XX, parece que ahora Shaolin toma el relevo del blockbuster perfeccionista para rescatar el templo más famoso de China, magnificándolo si cabe aún más en una superproducción Maindland que contentará a los seguidores del género y a los que hasta ahora han dado la espalda a una de las cinematografías más importantes del mundo.

LO MEJOR: Atrezzo, las piruetas marciales y la secuencia situada en el segundo clímax final justo al momento que empieza a desmoronarse parte del templo.
LO PEOR: La banda sonora de Nicolas Errera, repleta de clichés y sonoridades recicladas de otros soundtracks, no reafirman la acción en su justa medida.

Por nuestro colaborador Eduard Terrades Vicens

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