lunes, 8 de agosto de 2011

Estreno en cines: 13 Asesinos, de Takashi Miike (12 de Agosto)

Año: 2010
País: Japón
Director: Takashi Miike
Duración: 126 m.
Género: Histórico / Drama / Acción
Protagonistas: Koji Yakusho, Takayuki Yamada,
Yusuke Iseya, Goro Inagaki


Takashi Miike es un director heterodoxo y camaleónico; esto no es ninguna sorpresa. A lo largo de una carrera de ritmo endiablado (80 títulos en veinte años) ha pasado por los géneros más variopintos: la comedia, el terror, el cine de gangsters o el musical. Si bien lo que le ha dotado de la aureola de autor no han sido ni su capacidad de trabajo ni su adaptabilidad, sino su visión antitópica de esos mismos géneros, que no ha tenido reparos en deformar, combinar y radicalizar, creando un cine mestizo y sorprendente, apasionante de tan extravagante, aunque su frecuente utilización de la ultraviolencia y el absurdo lo hayan condenado al frikismo. Es, seguramente, por esto que ahora nos sorprende verle detrás de un producto tan clásico como 13 Asesinos; pero no debería. La convencionalidad no es nueva en Miike, pues ya la practicó en Llamada Perdida (2003), por ejemplo. ¿Y no resulta lógico, por otro lado, que un cineasta tan promiscuo con las formas fílmicas se acueste de vez en cuando con la tradición?

El film es un remake de otro homónimo del año 1963 dirigido por Eiichi Kudo. Se trata de un jidai-geki basado en hechos históricos que traslada la acción a mediados del siglo XIX, pocos años antes de la Restauración Meiji. Más de doscientos años de paz ininterrumpida se ven amenazados por el hermano del shogun, el señor feudal Naritsugu, un hombre desquiciado y sediento de sangre que con sus crueles acciones está provocando el descontento de la población y de algunas familias nobles. Temiendo la agitación social y, en última instancia, la guerra, un oficial del gobierno se propone aplicar una drástica solución: matar a Naritsugu. Para ello, forma un grupo de samuráis (muchos de ellos ronin). Su plan consiste en atrapar al noble y su séquito en una emboscada en un pueblecito de paso.

Hasta cierto punto se trata de una de esas sencillas operaciones comerciales a las que nos tienen acostumbrados los ejecutivos cinematográficos: recuperación y puesta al día de un clásico del cine de acción para disfrute de los públicos actuales. Eso sí, tratándose de  Japón, y no de Hollywood, la copia respeta en gran medida al original, sin la voluntad de ofrecer una suerte de “versión definitiva”. Tanto es así, que por momentos diríase una simple remasterización, pero Miike se encarga de dotar al producto de personalidad propia, poniendo de su parte (esa a la que sí nos tiene acostumbrados) en las zonas más oscuras del argumento, las que tienen que ver, sobre todo, con las perversidades de Naritsugu: así, veremos la grotesca imagen (que nos remite a Freaks de Tod Browning) de una mujer cuyas extremidades y lengua han sido cercenados, o a Naritsugu olvidando sus modales en la mesa e inclinándose para comer directamente del plato como un animal (inquietante imagen, reflejo de su locura, que sólo se puede disfrutar en la versión completa del film, puesto que el montaje internacional la elimina junto con veinte minutos más de película). Al margen de estos momentos autorales que, por otro lado, potencian la expresividad del film, Miike se aplica con oficio a la tarea encomendada, y ofrece un producto técnicamente impecable, dinámico pero paciente en la resolución, y de una violencia contenida que no estalla en toda su dimensión hasta el final, en una épica batalla (¡de trece contra doscientos!) que remite, cómo no, a Kurosawa y sus siete samuráis, pero que no deja de formar parte de una tradición del género a la que, por una vez (y sin que sirva de precedente), Miike homenajea y no desmitifica.

Por nuestro colaborador Jordi Codó.

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