miércoles, 15 de junio de 2011

Diario de El séptimo samurai en el CAFW (5): Clausura del festival.

Es difícil hablar de final cuando algo acaba de nacer. Es el caso del CAFW, que acaba de cerrar sus puertas por lo que al 2011 se refiere, pero que nos deja con ese sabor dulzón de un evento que nos va acompñar, si Buda y el resto de dioses lo permiten, durante muchos años. Ahora toca felicitarse por los logros obtenidos y reflexionar sobre aciertos y desaciertos para preparar una segunda edición que colme las expectativas creadas por este estupendo debut. Ayer, mientras el público asistente a la gala de clausura dispensaba un largo y caluroso aplauso de agradecimiento a los organizadores por habernos traído a Barcelona buen cine oriental, les apremiaban a consolidar una propuesta tan atractiva como necesaria para una concurrencia ávida de buenas propuestas fílmicas. Es muy triste que el 95% (siendo generosos) de los films exhibidos durante los días del CAFW no vaya a conocer aventura comercial en las pantallas de nuestro país. Tan sólo dos o tres títulos se editarán en DVD gracias a la estupenda política de algunas arriesgadas distribuidoras mientras el resto se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

Pero en esta última entrega del diario de este agotado guerrero no queremos pecar de pesimistas sino todo lo contrario, así que anunciamos a bombo y platillo que la absoluta vencedora del CAFW 2011 y por lo tanto ganadora del Casa Asia Film Week ha sido la película de nacionalidad china Buddha Mountain, de Li Yu. El jurado argumentó su decisión por la capacidad de la directora de plasmar el sentir de la juventud china contemporánea; por haber conseguido una pieza de cine viva sin caer en excesos aleccionadores; y por retratar una serie de personajes de diferentes generaciones que buscan enraizarse en un país en constante transformación. Poco más se puede añadir a tan acertadas conclusiones. Buddha Mountain es cine con letras mayúsculas. Un choque de trenes entre tres jóvenes que buscan beberse la vida a tragos largos y alguien a quien la tragedia le ha quitado las ganas de vivir. De ese cruce de la alegría y la pena, de la tradición y la modernidad, de la vida y la muerte, nace uno de los films más bellos que he podido ver en los últimos años. Con un elenco actoral simplemente sublime, encabezado por la guapísima y además buena actriz Fan Bingbing (quien ya había trabajado a las órdenes de la directora en Lost in Beijing y que consiguió por su interpretación de Nan Feng el premio a mejor actriz en el Festival de cine de Tokyo) y la veterana Sylvia Chang, vista en films tan populares como Comer, beber, amar, de Ang Lee o El violín rojo, de François Girard, y que aquí nos ofrece un verdadero recital de emoción y contención, una actuación desgarradora que llega y de que manera al alma del espectador (como ocurre en la dolorosa escena en la que descubre que los chicos le han cogido el coche del garaje para darse un garbeo y su consiguiente regañina). Pero sería injusto dejar sin elogios a los dos actores principales masculinos de la función, Berlín Chen (Kung fu Dunk) y Wang Helong (en el que es su debut en pantalla), quienes al igual que sus partenaires femeninas bordan sus complicados roles.

A parte de esta recomendable joya el domingo también nos deparó dos buenas películas de género que vinieron a poner un magnífico colofón en un certámen donde en cuanto a nivel cualitativo de los films programados las luces ganaron por goleada a las sombras.

La primera de ellas, la coreana Moss, de Kang Woo-suk,  un muy entretenido ejercicio de suspense donde el entorno rural se muestra de todo menos apacible, muy en la línea de títulos como Perros de Paja o nuestra Furtivos (qué gran película y qué poco reconocida a la vez), obras que han alcanzado la categoría de clásicos y que mostraban una naturaleza inhóspita donde uno no se iría ni loco de vacaciones.   El director del film consigue introducirnos en la alambicada trama sin presentarnos un héroe con el que empatizar y mediante un prólogo donde se dejan entrever algunos aspectos de la trama a desarrollar. La pena es que quizás nos hagamos unas expectativas demasiado grandes que luego no se cumplen. La acción brilla por su ausencia y el misterio planteado nunca acaba de sorprendernos ni en su desarrollo ni por supuesto en su endeble resolución, donde quedan demasiados cabos sueltos. Algunas madejas secundarias tampoco se entraman con toda la coherencia que deberían, y además algunos elementos que podrían haber dado mucho más juego, como por ejemplo esos túneles subterráneos que van comunicando todos los sótanos de las casas del poblado, están completamente desaprovechados. De todas maneras, Moss se ve con agrado, y buena culpa de ello radica en unas conseguidas caracterizaciones por parte de unos personajes creíbles y contundentes.

Y para clausurar oficialmente el festival, se proyectó The Stool Pigeon, un adrenalítico thriller de acción hongkonés dirigido por el maestro Dante Lam. Un realizador que ha revitalizado, y de que manera, el género de acción en una cinematografía como la de la ex-colonia británica que comenzaba a perder esplendor. Títulos como The Beast Stalker, Fire of Conscience o esta The Stool Pigeon así lo constatan (y de camino viene su última producción, Viral Factor); atmósferas asfixiantes unidas a un buen talante narrativo en complejas tramas donde policias corruptos, malhechores bienintencionados y jefes de triadas más malos que la tiña tejen una tela de araña de la que el espectador no puede ni quiere escapar. The Stool Pigeon está protagonizada por Nicholas Tse (Shaolin, Dragon Tiger Gate) y Nick Cheung (Exiled, Breaking News), dos actores habituales en las películas de Lam. Aquí dan vida a un policía atormentado y a un recién reclutado informador que deben trabajar juntos para intentar atrapar a un capo mafioso que se didedica a efectuar grandes robos. Si bien las diversas tramas que jalonan el relato no tienen mucho de original,  aunque están majestuosamente intercaladas, donde sí radica su singularidad es en unas muy bien rodadas escenas de acción dotadas de un ritmo trepidante (sobretodo en las vertiginosas persecuciones de coches) y en un tercio final de metraje donde se produce un auténtico baño de sangre en un colegio abandonado. Un broche de oro ideal para un Festival exquisito donde han tenido cabida todo tipo de géneros y tendencias.

Realmente ha constituido un verdadero lujazo poder disfrutar de un Festival como el CAFW. Tan sólo me resta agradecer a Gloria y a Enrique la oportunidad de volver a colaborar con ellos en el blog de Cineasia, y sobretodo darles las gracias también por su esfuerzo y alma puestos al servicio de este, a aprtir de ahora, Festival referente para todos aquellos que amamos el cine asiático.  
  
¡Hata el próximo CAFW!

Francisco Nieto

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