No puedo disimular mi contento a la hora de acometer estas líneas que intentan recapitular mediante mínimas pinceladas lo acaecido en la penúltima jornada del Casa Asia Film Week. Y es que poder disfrutar del gentío que nos ha acompañado durante todo este sábado no tiene precio. Plateas llenas a rebosar, pases acompañados de multitud de aplausos, colas en las taquillas... Cuando se inicia la andadura de un nuevo festival siempre queda la duda de si su existencia será más bien efímera o arraigará por los siglos de los siglos. Pues bien, sin temor a equivocarme creo que este festival de cine oriental tiene visos de perpetuarse por lo menos durante algunas ediciones más. Barcelona es una ciudad que ama el cine asiático, y así lo corroboraron aquellos BAFF que colgaban el cartel de no hay entradas día tras día. El CAFW constituye un relevo tan necesario como eficaz. La producción cinematogràfica asiática se encuentra actualmente en un estado de auge contínuo, y se hacía indispensable un marco donde el abanico de lenguajes fílmicos orientales tuvieran su propio lugar de expresión. Este certámen que, por desgracia, mañana dejará caer su telón, desde su humildad de medios suplida con toda la ilusión del mundo está consiguiendo transmitir a su cada vez más numeroso público toda la energía y el empeño que en él han puesto sus hacedores. El nivel de las películas proyectadas está siendo muy alto, y la lucha por conseguir el Premio Casa Asia Film Week va a ser reñida hasta el último instante. Hay quinielas para todos los gustos; desde los que opinan que una película tan arriesgada en contenido y forma como la japonesa Confessions, de Tetsuya Nakashima (que ya causó una gratísima impresión en el pasado Festival de Sitges) debería llevarse el gato al agua hasta los que se inclinan por premiar a una cinta más académica pero no por ello menos sensacional como la china Buddha Mountain, de Yu Li. Tampoco hay que descartar que salte la sorpresa y que una tercera película consiga desbancar a las favoritas. Por ahora han gustado también mucho la chinas Aftershock, de Feng Xiaogang y la chino-hongkonesa Bruce Lee My Brother, de Manfred Wong y Wai Man Yip. Mañana saldremos de dudas, porque los miembros del Jurado aún tienen que escurrir el seso (que no el bulto) y tomar una decisión cuanto menos salomónica.
Tres son los films que este samurai en plena contienda ha tenido ocasión de disfrutar en este sábado al que por fin ha respetado la climatología: la jornada comenzó con la comedia pan-asiática Pinoy Sunday, una coproducción filipino-taiwanesa filmada por un director de Malasia, Wi Ding Ho, y fianciada por la NHK (Nippon Hoso Kiokai, Asociación de Radiodifusión de Japón), un ejemplo de globalización en su màxima expresión. Pinoy Sunday nos explica las andanzas de dos compadres filipinos que emigran a Taiwan como tantos compatriotas para poder ganarse la vida. Uno de ellos, Dato, ha dejado en su país mujer e hijo (aunque eso no le impide mantener una relación informal con una lugareña de Taipei), mientras que el otro, Manuel, intenta por todos los medios encontrar a su media naranja entre casi todo lo que lleve faldas o uniforme. Ámbos se ganan la vida trabajando en una fábrica, y matan las pocas horas libres que les quedan soñando un mundo mejor donde todos sus problemas cotidianos encuentren solución. El film en su conjunto adolece de entidad, quedando como mero ejemplo de bufonada local que algunos de los asistentes comparaban con las comedias de Ozores interpretadas por Fernando Esteso y Andrés Pajares (sin atisbo de destape alguno) o aquellas comedietas inocentes de Abbott y Costello o Dean Martin y Jerry Lewis. El director, en su debut en la gran pantalla, parece querer contentar a todos aquéllos que han puesto empeño y dinero para que esta producción salga adelante, y si bien se vislumbran superficialmente algunos temas espinosos que podrían haberse tratado de una manera menos superficial (precariedad laboral, racismo...) se opta por dar una visión amble de todo y buscar la sonrisa del espectador local, con un humor quizás un poco difícil de descifrar para el espectador occidental. Con pequeños toques de realismo mágico y algunos gags resultones (sobretodo los que se producen a partir de que empiezan a transportar un sofá por toda la ciudad) se resuelve esta pequeña película que tan sólo se mara el objetivo de divertir sin más al respetable, cosa que consigue a medias. De todas maneras, sería injusto no resaltar la buena labor de sus dos protagonistas, que destilan una química incuestionable durante todo el metraje. Uno de ellos, Epy Quizón, es el hijo de Dolphy, el considerado Rey de la comedia filipina, cuya carrera cinematogràfica se extiende desde la década de los 40.
Tras este exiguo entremés de menos de hora y media de duración, nos preparamos para el primer plato fuerte de la jornada, el nuevo biopic sobre la figura del legendario luchador Bruce Lee, Bruce Lee, my brother, que en esta ocasión, y como novedad, ha contado con el beneplácito de su propia familia, con el objetivo de retratar lo más fielmente posible la vida y milagros de esta leyenda asiàtica (para ello, nada más comenzar el film, aparecen en pantalla dos de sus hermanos que certifican que esta va a ser la película, o mejor dicho, trilogía, sobre la figura de Bruce Lee). Vaya por delante que aquéllos que acudan a ver el film con la esperanza de ver en acción al protagonista dando patadas o repartiendo a diestro y siniestro con sus nunchakus saldrán sinceramente decepcionados. La primera hora y media de película transcurre como un meticuloso biopic donde priman las relaciones personales (Bruce y su familia; Bruce y sus amigos, donde llegó a ser líder de la banda de Los Tigres de Junction Street; Bruce y sus primeras novias…) y donde no se atisba lugar alguno para la acción. El último tercio del film, sin embargo, intenta contentar a todos aquellos que han aguantado estoicamente situaciones emocionales y compadreos varios y nos ofrece un par de escenas de brío (un doble combate contra un contrincante europeo) y persecución (la de unos mafiosos a los que Bruce y sus compañeros sustraerán una cantidad importante de droga). A destacar el parecido físico más que estimable que existe entre Aarif Lee (quien también emerge como una nueva figura en las artes marciales, aunque aún deberá demostrarlo) y Bruce Lee, sobretodo en estos primeros años de juventud.
Y para finalizar el trayecto sabatino, una de la mejores películas rodadas en Japón en 2010 (y que representó al país nipón en la pasada edición de los Óscars), Confessions, un original alarde visual del director de las nada despreciables Memories of Matsuko y Paco and the Magical Picture Book. La trama, de la que intentaremos desvelar lo mínimo, se da a conocer a través de las confesiones de varios de los personajes que aparecen en la película, a veces repitiendo el mismo evento desde diferentes perspectivas. Cada uno expresa sus propias esperanzas y tristezas, la desesperación y el odio. La atmósfera misteriosa y sombría que envuelve el relato y la impactante música (entre la que se encuentra la maravillosa canción de Radiohead “Last flowers to hospital”) que acompña cada depurada escena ligan a la perfección, desembocando en un clímax final de lo mejorcito que uno a podido ver en mucho tiempo. Para todos aquellos que no tuvieron la oportunidad de verla en Sitges y tampoco han podido disfrutarla en el CAFW, que sepan que la distribuidora Media3 Estudio tiene previsto editarla en formato DVD a partir del 5 de julio. Absolutamente imprescindible.
Para los más noctámbulos aún les quedaba por disfrutar de dos citas verdaderamente indispensables, el estreno de la japonesa Space Battleship Yamato, y la joya de la corona, la primera maratón de cine del CAFW, compuesta por los títulos I Saw the Devil, de Kim Jee-woon; The Reign of Assassins, de Su Chao-bin y A Better Tomorrow, de Song Hae-sung.
¡Hata mañana!
Francisco Nieto
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